sábado, 4 de diciembre de 2010

Amor psicópata

Se conocieron una noche en que los dos iban a por la misma víctima y se besaron con las manos llenas de sangre. Desde entonces no se separaron, y ya siempre mataron juntos.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Pequeñas reflexiones de un fantasma

Mientras ella lee a Onetti, o a Benedetti, o a cualquiera de esos escritores uruguayos acabados en etti, yo revoloteo aburrido por la habitación. Lástima que ya no esté en este mundo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Cita el 20 de Octubre

Serían las cinco cuando cogí el libro en la biblioteca de la calle Ollerías, anduve después un rato bajo el lastimero sol de la tarde de otoño hasta que decidí sentarme en La Tetería. Comencé a leer mientras tomaba mi café y al llegar a la página quince encontré un post it escrito: "20 de Octubre, en La Tetería a las seis de la tarde". Miré mi reloj porque no podía creerlo, faltaban cinco minutos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

domingo, 24 de octubre de 2010

miércoles, 13 de octubre de 2010

11-S

Mientras caminaba pensando en la mejor forma de acabar con mi vida, decidí subir a la terraza de una de las torres del World Trade Center.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿Por qué le gustaba tanto ir al cine los lunes por la tarde?

¿Por qué le gustaba tanto ir al cine los lunes por la tarde?, aún no acabo de entenderlo, después de tantos años sin verla es algo que me sigue rondando en la cabeza. Nunca me dio una explicación sobre ello, al menos una explicación convincente y sincera. Para todo era una mujer imprevisible, lo único seguro es que si quería encontrarla un lunes por la tarde tendría que buscarla en la oscuridad de las salas, con la dificultad que eso entraña, más ahora que la figura del acomodador hace años que forma parte de la historia, de la historia del cine en éste caso.
Afortunadamente ya no quedaban demasiados cines en la ciudad, exactamente sólo dos, eso sí, cada uno tenía 25 salas, lo que completaban 50 en total. La dificultad estaba en averiguar en cuál de los dos cines se encontraba, cara o cruz, moneda al aire, y a buscarla. A mi favor jugaba el hecho de que no es mucha la gente que tiene por costumbre ir al cine los lunes por la tarde, - no entiendo a la gente -, recuerdo que decía ella, total que yo me compraba una entrada e iba echando un vistazo así por encima, por todas las salas, a veces la encontraba y a veces no, según mi suerte monetaria, que nunca ha sido muy buena por otra parte. Como digo unas veces la encontraba y otras no, pero en cualquier caso no recuerdo haber visto ninguna película entera. Además ella nunca me las contaba - las películas hay que verlas - decía, mientras salíamos bien agarraditos, diciéndole adiós al de la entrada, que ya me conocía de verme andar correteando de sala en sala y se sonreía al verme el muy cabrón.
Entiendo que esa incesante y vertiginosa búsqueda cinematográfica de todos los lunes, no sea comprendida por muchos. ¿Acaso no es más fácil simplemente que fuéramos juntos, después de haber elegido la película entre los dos, como mandan los cánones de las parejas cinéfilas?, pues no.
La razón era simplemente, que a mí los lunes no me gustaba ir al cine, ¿que pasa?, ¿para que está el día del espectador? Así que los domingos me despedía de ella, diciéndole – adiós mi vida -, y ella se perdía por la Gran vía como la bala de la canción.
Entonces empezaba una lucha conmigo mismo, entre mis pocas ganas de cine y mis deseos de estar con ella, una lucha que duraba hasta pasada la sobremesa del lunes, y que siempre acababa con una moneda lanzada al aire, cruz, una carrera hacia el cine, un andar de sala en sala, vaya, aquella tarde no la encontré, me senté sólo en una sala solitaria, cuando salí el de la entrada me dijo adiós, no sonreía.
Cosas de la vida, la ventana de mi oficina da justo a las puertas de un cine, todos los lunes mi jefe entra y me descubre completamente vuelto hacia ella, - ¿Pero que mira usted tanto ahí? -, me dice.

martes, 14 de septiembre de 2010

El cigarrillo del Rey

El Rey prohibió fumar en todo su reino. Las manifestaciones de fumadores fuera de palacio no se hicieron esperar y la policía tuvo que emplearse a fondo, utilizando -que ironía- botes de humo. Mientras tanto, el Rey observaba como se dispersaba la multitud, fumando tranquilamente su cigarrillo.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Última página.

La policía sólo encontró, en la mesilla de noche junto a las pastillas, un libro de Schopenhauer.

jueves, 11 de febrero de 2010

88 Mill Lane


Juan Jacinto Muñoz Rengel, 88 Mill Lane, Alhulia, Granada, 2005
Prólogo de Pablo de Santis
Que duda cabe de que Londres es una ciudad para la literatura y el misterio dónde la niebla de lo fantástico puede envolvernos en cualquier momento. No es menos cierto que esta ciudad inspira a todo aquel que la pasee con detenimiento y si se trata de un escritor eso puede dar frutos sorprendentes. Eso es lo que ocurre con este libro de relatos de Muñoz Rengel, todos escritos cuando el autor residía en la capital británica y todos excepto uno, ambientados en esta ciudad.
Aquí encontráremos mundos sorprendentes, personajes que se van inventando unos a otros, sociedades secretas de soñadores, Aristócratas que sufren de inmortalidad, crímenes de díficil resolución, animales que un zoo esconde al público. También hallaremos a ilustres londinenses como Thomas Carlyle o John Stuart Mill de los que no lo sabíamos todo y un universo que nos hará plantearnos incluso la propia existencia de nuestro mundo.
Muñoz Rengel lleva ya algunos años destapándose como un importante exponente del relato fantástico en España y potenciando este género tan abandonado en nuestro país.

lunes, 18 de enero de 2010

El canto del gallo 2ª parte

De repente creyó escuchar algo. Sí, aunque débil, en la puerta se oía un ruido, una especie de crich-crich que ponía los pelos de punta.
—¿Oyes? —Eladio volvió el rostro—. Está arañando la puerta.
El crich-crich aún se prolongó un rato, pero fue haciéndose más tenue, más apagado… hasta que desapareció.
Eladio y Juana se miraron. En cierto sentido era peor. El silencio los hacía sentir vulnerables; vulnerables y solos, como si el miedo los hubiese encerrado en campanas de cristal. Poco a poco, a medida que el crepitar de la leña seca encadenaba sus sentidos, fueron cayendo en un sopor casi hipnótico que los convirtió en figuritas de plomo.
Hasta que a lo lejos cantó un gallo.
Eladio parpadeó y miró a un lado y a otro como si no supiese donde estaba. Luego se dirigió a la entrada, apoyó la escopeta contra la pared y miró a su mujer.
—Ayúdame….
Después de unos segundos, Juana se levantó y se colocó junto al mueble que bloqueaba la entrada.
—A la de tres. Una, dos…
Cogiendo cada uno de un extremo, arrastraron el mueble lo suficiente para despejar la entrada, pero al hacerlo, justo donde había estado, descubrieron una mancha alargada que se prolongaba por debajo de la puerta. Intrigado, Eladio se agachó y examinó la mancha con detenimiento. Llevado por un presentimiento, se inclinó y pegó la cara al suelo... De inmediato arrugó la nariz. Olía a orina. Por un instante, mientras la verdad se abría paso en su mente, deseó haberse vuelto de piedra. Luego abrió la puerta.
El sol despuntaba por el este. Pero no era eso lo que Eladio miraba. Lo que Eladio miraba y ya nunca dejaría de mirar era el cuerpo tendido de Tomás, el hijo del molinero. Tanto por la expresión de su cara como por las manos ensangrentadas, era evidente que algo lo había asustado tanto como para querer abrirse paso a cualquier precio. Eladio se hizo a un lado.
—Es el hijo de Pascual —le dijo a Juana, que acababa de salir y contemplaba la escena desde el quicio de la puerta. Y como si las palabras le quemasen la garganta, añadió—: El mudo.
Juana agachó la cabeza. En el silencio de la noche todo había parecido más amenazador.

lunes, 11 de enero de 2010

El canto del gallo 1ª parte

Juana abrió los ojos y escudriñó las tinieblas. Estaba segura de haber oído algo.
—Eladio. ¡Eladio!
—¿Qué pasa?
—Hay alguien fuera.
Eladio tardó en contestar.
—¿Qué?
—Que hay alguien fuera.
—No digas tonterías, mujer. ¿Quién va…?
Pum, pum, pum.
Eladio abrió desmesuradamente los ojos. Alguien había golpeado la puerta.
—¿Quién anda ahí?
Pum, pum, pum, pum.
—¡Ya va, ya va! —exclamó buscando los pantalones.
Juana lo cogió del brazo.
—Eladio no abras.
—¿Qué dices?
—Por lo que más quieras, no abras. —Lo miró suplicante—. Acuérdate de lo de Carmela.
Eladio titubeó. Claro que se acordaba. ¿Cómo iba a olvidarlo? Podían callar, podían fingir que lo sucedido aquella espantosa madrugada sólo había sido un sueño, una especie de alucinación colectiva que había sumido a los habitantes del pueblo en un estado de histerismo y locura que todos preferían olvidar, pero sus miradas, sus silencios incómodos, los delataban cada vez que se despedían en un cruce de caminos, o a la salida del pueblo, cuando las sombras se alargaban y el silencio del ocaso rodaba entre las piedras.
—Está bien —dijo al fin—. Enciende el fuego y atranca las ventanas.
Juana se echó un mantón por lo alto y corrió hacia la chimenea. En cuestión de segundos un resplandor atigrado iluminó la habitación. Luego fue a la ventana y se aseguró de que los postigos estaban bien cerrados.
Fue en ese momento cuando lo sintieron. No era una sensación definible, ni siquiera reconocible, pero su intensidad, su violencia fría y desapasionada los dejó sin aliento.
Pumpumpumpumpum…
—¡Ayúdame! —exclamó Eladio corriendo hasta un arcón que hacía las veces de ropero.
Entre los dos arrastraron el mueble hasta la puerta. Sus miradas se cruzaron. El resplandor de la lumbre arrebolaba sus mejillas.
El primer embate sacudió la improvisada barricada con tanta violencia que el ropero se tambaleó adelante y atrás. Aterrorizada, Juana retrocedió hasta la chimenea y empezó a rezar un avemaría.
La segundo embestida fue todavía peor. Se oyó un crujido, como si la madera se hubiese astillado, y un polvo fino empezó a caer del techo.
Entretanto, Eladio había descolgado una escopeta de la pared y estaba metiendo un cartucho en la recámara. Un silencio helado se apoderó de la casa. Eladio levantó la escopeta y se preparó para lo peor. La puerta no aguantaría mucho más.