lunes, 18 de enero de 2010

El canto del gallo 2ª parte

De repente creyó escuchar algo. Sí, aunque débil, en la puerta se oía un ruido, una especie de crich-crich que ponía los pelos de punta.
—¿Oyes? —Eladio volvió el rostro—. Está arañando la puerta.
El crich-crich aún se prolongó un rato, pero fue haciéndose más tenue, más apagado… hasta que desapareció.
Eladio y Juana se miraron. En cierto sentido era peor. El silencio los hacía sentir vulnerables; vulnerables y solos, como si el miedo los hubiese encerrado en campanas de cristal. Poco a poco, a medida que el crepitar de la leña seca encadenaba sus sentidos, fueron cayendo en un sopor casi hipnótico que los convirtió en figuritas de plomo.
Hasta que a lo lejos cantó un gallo.
Eladio parpadeó y miró a un lado y a otro como si no supiese donde estaba. Luego se dirigió a la entrada, apoyó la escopeta contra la pared y miró a su mujer.
—Ayúdame….
Después de unos segundos, Juana se levantó y se colocó junto al mueble que bloqueaba la entrada.
—A la de tres. Una, dos…
Cogiendo cada uno de un extremo, arrastraron el mueble lo suficiente para despejar la entrada, pero al hacerlo, justo donde había estado, descubrieron una mancha alargada que se prolongaba por debajo de la puerta. Intrigado, Eladio se agachó y examinó la mancha con detenimiento. Llevado por un presentimiento, se inclinó y pegó la cara al suelo... De inmediato arrugó la nariz. Olía a orina. Por un instante, mientras la verdad se abría paso en su mente, deseó haberse vuelto de piedra. Luego abrió la puerta.
El sol despuntaba por el este. Pero no era eso lo que Eladio miraba. Lo que Eladio miraba y ya nunca dejaría de mirar era el cuerpo tendido de Tomás, el hijo del molinero. Tanto por la expresión de su cara como por las manos ensangrentadas, era evidente que algo lo había asustado tanto como para querer abrirse paso a cualquier precio. Eladio se hizo a un lado.
—Es el hijo de Pascual —le dijo a Juana, que acababa de salir y contemplaba la escena desde el quicio de la puerta. Y como si las palabras le quemasen la garganta, añadió—: El mudo.
Juana agachó la cabeza. En el silencio de la noche todo había parecido más amenazador.

lunes, 11 de enero de 2010

El canto del gallo 1ª parte

Juana abrió los ojos y escudriñó las tinieblas. Estaba segura de haber oído algo.
—Eladio. ¡Eladio!
—¿Qué pasa?
—Hay alguien fuera.
Eladio tardó en contestar.
—¿Qué?
—Que hay alguien fuera.
—No digas tonterías, mujer. ¿Quién va…?
Pum, pum, pum.
Eladio abrió desmesuradamente los ojos. Alguien había golpeado la puerta.
—¿Quién anda ahí?
Pum, pum, pum, pum.
—¡Ya va, ya va! —exclamó buscando los pantalones.
Juana lo cogió del brazo.
—Eladio no abras.
—¿Qué dices?
—Por lo que más quieras, no abras. —Lo miró suplicante—. Acuérdate de lo de Carmela.
Eladio titubeó. Claro que se acordaba. ¿Cómo iba a olvidarlo? Podían callar, podían fingir que lo sucedido aquella espantosa madrugada sólo había sido un sueño, una especie de alucinación colectiva que había sumido a los habitantes del pueblo en un estado de histerismo y locura que todos preferían olvidar, pero sus miradas, sus silencios incómodos, los delataban cada vez que se despedían en un cruce de caminos, o a la salida del pueblo, cuando las sombras se alargaban y el silencio del ocaso rodaba entre las piedras.
—Está bien —dijo al fin—. Enciende el fuego y atranca las ventanas.
Juana se echó un mantón por lo alto y corrió hacia la chimenea. En cuestión de segundos un resplandor atigrado iluminó la habitación. Luego fue a la ventana y se aseguró de que los postigos estaban bien cerrados.
Fue en ese momento cuando lo sintieron. No era una sensación definible, ni siquiera reconocible, pero su intensidad, su violencia fría y desapasionada los dejó sin aliento.
Pumpumpumpumpum…
—¡Ayúdame! —exclamó Eladio corriendo hasta un arcón que hacía las veces de ropero.
Entre los dos arrastraron el mueble hasta la puerta. Sus miradas se cruzaron. El resplandor de la lumbre arrebolaba sus mejillas.
El primer embate sacudió la improvisada barricada con tanta violencia que el ropero se tambaleó adelante y atrás. Aterrorizada, Juana retrocedió hasta la chimenea y empezó a rezar un avemaría.
La segundo embestida fue todavía peor. Se oyó un crujido, como si la madera se hubiese astillado, y un polvo fino empezó a caer del techo.
Entretanto, Eladio había descolgado una escopeta de la pared y estaba metiendo un cartucho en la recámara. Un silencio helado se apoderó de la casa. Eladio levantó la escopeta y se preparó para lo peor. La puerta no aguantaría mucho más.