martes, 10 de noviembre de 2009

La Presa II

Es verdad que una vez al año se organizaba una gran cacería que recordaba los viejos tiempos: se sacaban las pinturas de guerra, se bailaba hasta el amanecer y la selva se estremecía al son de los tambores; pero salvo en estas ocasiones, la caza estaba terminantemente prohibida fuera de los cotos.
Durante la última de estas cacerías, Nega se había internado en un valle profundo y escarpado siguiendo el rastro de un félido de gran tamaño. Al llegar al pie de una escarpadura, sin embargo, su olfato había captado algo diferente. A unos metros del suelo, en una pared rocosa, oculta entre plantas trepadoras, había una oquedad de aproximadamente un metro de diámetro. Intrigado, Nega había trepado hasta el agujero y se había asomado a su interior. Lo que había visto lo había dejado de piedra.
Al día siguiente, Nega se levantó antes del amanecer y salió en silencio del poblado. Nadie debía saber donde iba. Cuando se zambulló en el mar de helechos su mirada brillaba de forma extraña. Era una sensación que no sentía desde…
Encontrar el valle no fue difícil. La selva no tenía secretos para él. No era la primera vez que desobedecía a los Ancianos. Sus cacerías lo habían llevado a rincones remotos con anterioridad: páramos desérticos barridos por el viento, ciénagas crepusculares donde no se ponía el sol… Pero esto era diferente. Cuando el Consejo tomase una decisión ya sería demasiado tarde. No, tenía que hacerlo a su manera.
Continuará...

1 comentario:

  1. Hola...voy a hechar un vistazo a tu blog...
    Gracias por la visita!!!

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